sábado, 17 de marzo de 2012

Vara de Alcalde en Gordexola Enkartaciones


A diferencia de lo que ocurría en las villas, donde el alcalde era un oficial elegido anualmente

entre los miembros de la comunidad, en el Valle de Gordejuela su nombramiento

correspondía al Señor. El Fuero prescribía que todas las autoridades judiciales de Vizcaya

eran de nombramiento real10. Como consecuencia de este sistema de designación, la merced

de la vara de alcalde recayó durante el siglo XVI y buena parte del XVII en personajes

naturales u originarios del Valle que ejercían cargos en la Corte o tenían en ella influencia11.

El fenómeno general de venta y enajenación de oficios públicos incidió en esta situación.

Como en tantos otros casos, el Monarca vió en la venta del cargo de alcaldía una fuente de

ingresos para la hacienda real. Así, la familia la Quadra obtuvo la vara de alcalde “por varias

vidas” desde 1584, para venderla en 1637 a Don Domingo de Narritu. Pero parece que en

1638 Antolín de Salazar mejoró su oferta al Rey, quien le concedió el oficio “perpetuo por

juro de heredad para si, sus herederos y subcesores (...) por averme servido con seiscientos

y cinquenta ducados.“12



Tratemos de recapitular. El Valle de Gordejuela era durante el siglo XVIII una entidad

dotada de amplias capacidades de autogobierno. Ante la debilidad estatal y la incapacidad

de los poderes provinciales para intervenir más activamente, la autorregulación comunitaria

se configuró como un elemento esencial en el marco político local. En este ámbito de autonomía

concejil, carente de organizaciones específicas de coacción, la expresión de la opinión

comunal se institucionalizaba a través de los concejos abiertos, en los que podía

participar la generalidad de los vecinos, es decir, los cabezas de familia de las casas que

componían el Valle.

Sin embargo, el reparto del poder se ajustaba de forma precisa a la jerarquía social

comunitaria. Las casas preeminentes, los mayorazgos, controlaban los principales oficios

públicos. Fundamentaban su hegemonía en su supremacía económica y en su prestigio y

honor, expresados ante la comunidad mediante una multitud de símbolos.

Sin duda, el panorama del poder local que hemos dibujado resulta paradójico. Un cuadro

en el que se afirma con nitidez un sólido grupo dominante, pero que convive con formas

diversas de resistencia comunitaria. Un mundo en el que el control del Regimiento por los

notables coexiste con la participación popular en los concejos abiertos. Un escenario en el

que se representa el teatro de la hegemonía de los poderosos que ocasionalmente es combatido

tanto desde las asambleas vecinales como desde la no participación en ellas o

desde prácticas que son criminalizadas por el poder. Y es que el mundo del poder local

refleja la complejidad de las relaciones sociales comunitarias. Las visiones excesivamente

lineales que presentan un dominio absoluto y totalizador de los notables se desvanecen.

Aparece, por el contrario, la influencia recíproca que existe entre los poderosos y las clases

populares, y los límites al poder de los notables. Un poder que no puede ser ejercido absolutamente

al margen de la comunidad.

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